El éxito o fracaso no debe atribuirse solo a la relación forma de gobierno/sistema de partidos sino también a la relación forma de gobierno/sistema electoral.
Arend Lijphart[1] elabora una matriz que muestra las posibles combinaciones de la representación que se puede dar dentro del Congreso; no obstante el que estén establecidas no significa que en su adaptación más pura van a tener un mejor desempeño una sobre otra.
1. parlamentarismo con representación
proporcional;
2. parlamentarismo con representación
por mayoría;
3. presidencialismo con
representación por mayoría;
Históricamente,
la dinámica que han manejado estas combinaciones ha servido o fallado en casos
concretos, por ejemplo, en Estados Unidos aplica el modelo 3, y América Latina
el 4, y esto ha sido aceptado por la tradición que se tiene, depende mucho de
los patrones de comportamiento político y de la estructura de la sociedad.
Lijphart y Nohlen concuerdan en que sería un error afirmar que la
representación mayoritaria constituye un problema y para prueba de esto se
encuentra Estados Unidos y en el caso del parlamentarismo se tiene a Gran
Bretaña. Por lo tanto la opción no es colocar cierto modelo por encima del otro
sino más bien buscar que el modelo aplicado se adecue para crear un compromiso
partidario y contrarrestar los abismos ideológicos.
A pesar
del análisis que se elabora y critica en el cual cada forma de gobierno se
establece dentro de condiciones político socioeconómicas que hacen que el
sistema adoptado convenga más en cada uno de sus contextos, Lijphart confiaba en
que el
modelo consociacional, el cual se separa de la idea del sistema
mayoritario, ya que a pesar de que la democracia representa la mayoría, no se
fija en las sociedades plurales lo que ocasiona que existan minorías rezagadas
por razones étnicas, de raza o religión. Por lo tanto las instituciones deben
enfocarse también en la representación de las minorías, en este sentido, el
parlamentarismo es más adepto a tener los criterios que se alejan de la
concepción democrática tradicional de mayoría, esto es que en el Ejecutivo y
Legislativo no predomina sólo un partido.[3]
Los autores que comparan el presidencialismo con el parlamentarismo
no pretenden imponer uno ante el otro ya que cada uno cuenta con ventajas y
desventajas para la sociedad. Se conoce que la mayoría de las democracias
presidencialistas han fracasado pero la más sólida de todas tiene justo esta
forma de gobierno: Estados Unidos. Sin embargo las determinantes de esta
situación merecedora de un propio análisis que demuestre cuáles son los
elementos por los que muchas naciones intentan adoptar el presidencialismo y
por qué a los estadounidenses les ha funcionado. La situación que se encuentra
en los países latinoamericanos y africanos como ejemplos de fracaso se da por
elementos que están mal estructurados o más bien están presentes dentro de
estas sociedades cuando no deberían existir o deberían estar controladas.
Para tener
un consenso entre las formas de gobierno no sólo se le atribuye al
parlamentarismo su facilidad de adaptarse a las ideas consociacional; por otro lado se establece que este modelo
puede desarrollarse como institución en sí, es decir que en su modificación más
reciente, se le denomina “consensual” por tratarse de un gobierno en el que los
acuerdos son primordiales para compartir el poder, va mucho más allá del
presidencialismo o el parlamentarismo ya que adopta características de
ambos o los elementos que han funcionado correctamente en casos concretos; por
ejemplo, las coaliciones multipartidistas, gobierno federal y centralizado,
bicameralismo, representación proporcional, además de un fuerte equilibrio
de poder entre el Ejecutivo y el Legislativo.[4]
[1] Lijphart, Arend. Las democracias contemporáneas. Un estudio
comparativo, Ariel, Barcelona, 1987.
[3] Lijphart, Arend. Dos modelos de
democracia. Formas de Gobierno y resultados en treinta y seis países, Ariel,
Barcelona, 2000.