Comienzos
El régimen autoritario mexicano priista a comienzos de los años sesenta se dio cuenta que no podía seguir manteniendo al margen a otras fuerzas políticas del sistema “democrático” mexicano. No tanto por vocación “aperturista” o deseo democrático, sino más bien buscando mantener un férreo control político sin mayores cambios.
Así, en junio de 1963 se lanzaron reformas
constitucionales que incluían además de la apertura a otras fuerzas
políticas (a excepción del partido
comunista, que seguía estando vetado), la inclusión de legisladores de
representación proporcional para aquellos partidos que alcanzaran el 2.5 % del
voto nacional total, con la incorporación de cinco diputados y uno más por cada
medio punto porcentual que superara esa cifra mínima. Esto sin superar el total
de veinte legisladores, sean de representación proporcional o de mayoría
relativa.
Con esto el sistema electoral ahora deja de ser
de mayoría simple (un diputado por
distrito) para convertirse en mixto, al incluir a legisladores de representación proporcional, es decir electos en proporción al voto alcanzado por
cada partido en cada circunscripción federal del país. Como consecuencia de esa nueva
legislación fue posible aparecer en las boletas electorales de 1964 cuatro partidos nacionales: PRI; PAN, PPS y
PARM.
Respecto a esta etapa,
Juan Francisco Molinar comenta lo siguiente:
… podría
pensarse que para mediados de los años sesenta el régimen había logrado un
portento de ingeniería política: un sistema político basado en elecciones no
competitivas, pero provisto de oposición institucional permanente. Las reformas
de 1963, sin duda, contribuyeron a ello…[1]
Sin embargo los movimientos
sociales se fueron incrementando y recrudeciendo, hasta estallar en el movimiento estudiantil de 1968 en la
ciudad de México, pero que también tuvo réplica en varias partes del país. La
violenta respuesta del Estado mexicano ante las inconformidades estudiantiles
se repitieron en 1971, con la represión
del jueves de Corpus (10 de junio), que dejó también un sangriento saldo y
sobre todo, desgastó la legitimidad del régimen.
El sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) fue de
represión e intolerancia; el de Luis
Echeverría Álvarez (1970-1976) fue de la crisis económica. En este último,
sobrevino una fuerte devaluación del peso mexicano con respecto al dólar, la
cual provocó una fuerte caída en la economía mexicana y el primero de los
varios ciclos de crisis económica y financiera que ha vivido México desde esos
años.
En un contexto
internacional difícil, en México
pasó lo siguiente:
La deuda pública
externa, de sólo 4 263 millones de dólares a finales de 1970, 12% del PIB,
alcanzó 19 600 millones de dólares al cierre de 1976, 35% del PIB. El abundante
crédito externo recibido por el gobierno mexicano no fue suficiente para
financiar el desbordado gasto público… La inflación fue ascendiendo a niveles
muy superiores a los de nuestros principales socios comerciales… En los nueve
meses previos a la devaluación del 1 de septiembre de 1976, el ascenso de los
precios en México era de 11.6%, a tasa anualizada. Para el conjunto del año,
llegó a 27.2 %…[2]
[1]
Molinar Horcasitas, Juan. Ibidem, p. 81.
[2]
Mancera Aguayo, Miguel “Crisis económicas en México”, 1976-2008, en Revista
Este País, No. 214, enero 2009, consultado en junio 2015: http://estepais.com/inicio/historicos/214/5_mancera-email.pdf.